miércoles, 30 de mayo de 2007

¿Billetera mata galán?

Desvariar acerca de la relación que existe entre las mujeres y el dinero puede parecer tiempo tirado a la basura. Sin embargo, hay un par de cosillas que pueden propiciar un debate interesante.
El filósofo mediático contemporáneo Jacobo Winograd acuñó el término “billetera mata galán” para explicar que el dinero de un hombre puede vencer a cualquier otro atributo o virtud varonil. En realidad, el concepto debe ser más viejo que Jacobo (quien fuera apodado “Chizito” por la bizarra Silvia Suller) y que el propio Alberto Olmedo, un prócer del humor que supo utilizar la misma expresión.
Sin pretender generalizar ni mucho menos, está claro que la seducción que ejerce el dinero alcanza a hombres y a mujeres por igual. Así que nadie debe pensar que Lemongrass está tildando de “interesadas” a las damas. Simplemente, creo que, en su patrón de razonamiento, el dinero y el poder que éste conlleva son el camino más corto a un enamoramiento tan genuino como cualquier otro.
Estoy convencido de que ellas están culturalmente programadas para creer que los más adinerados son, a la vez, los más inteligentes, los más interesantes y, por ende, los más capaces de proporcionarles el estilo de vida que anhelan (en forma conciente o reprimida).
“No me quiero deprimir”, dicen algunas para justificar su proceder. “La pobreza me entristece, me hace mal”, afirman otras con menos estómago.
Ser campeón de salto con garrocha, haber sido finalista de Feliz Domingo y jugar como los dioses al Scrabel no suma puntos con las mujeres. Ni siquiera haber leído las obras completas de Sócrates (talentoso mediocampista que tuvo la selección de Brasil). ¿Tener la pinta de Cheyenne y andar en un Fiat 600? Puede ser, pero les puedo asegurar que el Cheyenne original siempre tendrá más levante, por la fama y el dinero, aunque cante como un perro.
Después del poder económico entran a jugar la facha, la simpatía, la inteligencia y el tamaño del miembro (en el orden que usted quiera). Claro que, si además de plata se tiene alguna de estas virtudes, el resultado es un ganador nato, alimentador de mitos como Julio Iglesias, que dice haber estado con más de mil mujeres. Días atrás, cenando en un hotel de Villa María, Julio cautivó a mi amiga Vero y, como si fuera poco, también enamoró a su novio Fran.
En fin... Volviendo al tema, es como en el juego: piedra mata tijera, tijera mata papel, papel mata piedra... y billetera mata galán, no tengo dudas. Como siempre, se aceptan comentarios (prometo que no habrá censura).

miércoles, 16 de mayo de 2007

Alguien te está mirando (por TV)

Lo pensé durante varios días, pero no: definitivamente no me siento preparado para participar de un reality show, aunque me asumo como uno de los millones de “grasas” —según los críticos de TV— que siguió de cerca las alternativas de Gran Hermano.
Quiérase o no, la tentación de vivir vidas ajenas (o al menos de espiarlas), que hasta hace un tiempo tenía a las novelas cómo máximo referente, viene a satisfacer esa necesidad de morbo, tan absurda y tan humana como la contradicción. Quizá eso explique, en parte, el rotundo éxito de un reality cuya ganadora (la tucumana Marianela Mirra, le ganó en la final al cordobés más bobo de la historia) superó el millón y medio de votos y batió todos los récords de participación de una audiencia televisiva.
Pero el voyeurista no se conforma con espiar la supuestamente espontánea vida cotidiana de un grupo de jóvenes sedientos de un poco de atención. Por eso existe Cuestión de Peso, programa en el que Cormillot y compañía combaten a capa y espada el mal de la obesidad, no sin antes exponer a los participantes sobre una balanza que los puede condenar a una depresión de la que nadie se ocupará.
El rédito económico del sufrimiento en vivo debe ser enorme, al punto que he pensado seriamente en proponerle a la gente de Hair Recovery que televise en directo mi transplante capilar pelo por pelo. Le vendría muy bien a mi cuero cabelludo y, estoy seguro, también a mis bolsillos.
Nada debería sorprendernos porque, al fin de cuentas, la vida misma a veces nos invita a sonreir o a llorar para las cámaras. Y todos, de alguna manera, aceptamos el juego cambiando de careta según la ocasión, haciendo lo posible por no estar “nominado”, por no ser excluido, por no fracasar en vivo y en directo, a la vista del resto del mundo.
La idea es que sólo dos llegan al final, luego de una ardua competencia en la que gana el más cínico, el que pueda convencer al resto de su amistad para luego aprovecharse de su apoyo y aplastarlos para seguir adelante. ¿Acaso no es exactamente esto lo que sucede en la vida? ¿No será ésa la realidad que representan los reality shows? O, dicho al revés: ¿No será que la atmósfera es el techo de un gigantesco pabellón vigilado por miles de cámaras, como el que cobijó al personaje encarnado por Jim Carrey en The Truman Show (muy recomendable película)?
Amantes de la filosofía barata, los invito al confesionario.